lunes, 12 de diciembre de 2016

LAS GRANDES POTENCIAS EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX





A la altura de 1870, se habían consolidado en Europa unos Estados-Nación surgidos gracias al impulso conseguido por el liberalismo y el nacionalismo de décadas anteriores. A partir de esa fecha y, hasta la Gran Guerra de 1914, se desarrollaron en el oeste y noroeste de Europa los más importantes estados del mundo: Gran Bretaña, Francia, Alemania y otras potencias menores como Italia y España. Pero, junto a ellos, en el centro y este de Europa, pervivían grandes imperios de tipo absolutista: el austrohúngaro, el ruso y el otomano, imperio no europeo. A lo largo de esta etapa, las grandes potencias entraron progresivamente en conflicto, resultado del choque de intereses divergentes (búsqueda de materias primas y energías para la 2ª Revolución Industrial, expansión en nuevas colonias...). Estas contradicciones culminaron, primero en la formación de varios sistemas de potencias, y después, en complejos sistemas de alianzas que desembocaron en la formación de dos bloques antagónicos que se enfrentaron en la Primera Guerra Mundial.

A)  La Inglaterra victoriana.  En la Gran Bretaña se conoce como Era Victoriana a la época del largo reinado de  Victoria I, que comenzó en 1837 y terminó en 1901. En esta época, Gran Bretaña fue el país más poderoso del mundo, el más desarrollado y próspero, y todo ello basado en su avanzada industria, en su política económica librecambista, en poseer la primera marina mercante y militar y en ser Londres el centro financiero mundial. Para ello tuvo que hacer frente e imponerse a la competencia de Alemania. Gran Bretaña permaneció ajena a los movimientos revolucionarios de carácter liberal que sacudieron Europa en 1830 y 1848. Con la reina Victoria se produjeron importantes reformas como el establecimiento de la jornada laboral de diez horas, la ampliación del sufragio a trabajadores especializados y a campesinos rurales propietarios, escolarización elemental obligatoria y reconocimiento legal de las Trade Unions (sindicatos). La política interior se caracterizó por la estabilidad del sistema parlamentario, basado en el turno pacífico de los partidos en el poder: el tory (luego llamado conservador), cuyos grandes dirigentes fueron Disraeli y Salisbury, y el Whigh (llamado posteriormente liberal), cuyas máxima figura fue  Gladstone. Disraeli impulsó la expansión del imperio británico, que se convirtió en el mayor de la historia. Abarcaba la quinta parte de la superficie de la tierra, poseyendo territorios en todos los continentes: subcontinente indio, concesiones en China, Egipto y todo el corredor norte-sur de África, Australia y Nueva Zelanda, Canadá y plazas en el Caribe. Sin embargo, la sociedad británica se caracterizó por sus contradicciones: opulencia de la aristocracia y alta burguesía, ocultar los problemas sociales, hipocresía del puritanismo religioso, culto al dinero y a la riqueza, etc. Un problema que no pudo solucionar la Inglaterra victoriana fue el de Irlanda, territorio católico al que Gran Bretaña se opuso a dar autonomía, generando un movimiento radical y terrorista, hasta que obtuvo la independencia en 1914.

B)  Francia: del II Imperio a la III República. Francia tuvo una existencia más convulsa e inestable, con constantes cambios de régimen. Durante el II Imperio, mantuvo su importancia en Europa y se convirtió en la 2ª potencia colonial. La revolución volvió a triunfar momentáneamente con la Comuna de París de 1871, y luego se estableció una nueva República (la única de Europa a finales del XIX) caracterizada por la inestabilidad. Tras ganar las elecciones a la República en 1848, Luís Napoleón Bonaparte dio un golpe de estado y se proclamó Emperador, Napoleón III, naciendo así el Segundo Imperio Francés (1851-1871). Su política interior se caracterizó por la concentración del poder en manos del emperador, que ejerció un gobierno autoritario y paternalista. Persiguió a los revolucionarios, pero su amplio programa de obras públicas, convirtiendo a París en una ciudad moderna (ensanche, Campos Elíseos, bulevares de Paris) creó empleo, lo que redujo el descontento. En Política exterior, Napoleón III, empeñado en mantener la grandeza internacional de Francia, ejerció una política exterior muy activa y creó un gran Imperio colonial (África occidental francesa, Indochina francesa, penetración en China...). Apoyó a los nacionalistas italianos frente a Austria, en la Guerra de Crimea y temía un excesivo poder de Prusia, lo que le llevó a enfrentarse a este país en la unificación alemana. Ante un ejército prusiano claramente superior, Francia fue derrotada en 1870, lo que precipitó la caída del II Imperio. En 1870 se proclamó la III República y en 1871 una insurrección popular hizo huir al gobierno conservador de Thiers, estableciéndose el primer gobierno obrero de la historia: la Comuna de París. En ella participaron socialistas y anarquistas de la I Internacional, que organizaron la autogestión de la economía, un estado laico, la enseñanza gratuita y obligatoria y el reconocimiento de libertades. La burguesía conservadora se organizó y derrotó militarmente a la Comuna en 1873, Volvió una República moderada con, donde se legalizaron los sindicatos y se introdujeron reformas en la Francia republicana (sufragio universal, educación laica y gratuita, economía proteccionista...).
C)  La Alemania de Bismarck. La unificación alemana bajo la hegemonía del reino de Prusia, el engrandecimiento posterior del Imperio y su situación como eje de la política europea, fueron obra del canciller Otto Von Bismarck, nombrado por el Kaiser Guillermo I. Durante veinte años el Canciller de hierro dirigió la política alemana con un gobierno férreo, autoritario, tendente siempre a colocar los intereses del estado alemán por encima de cualquier otra cuestión. El despegue alemán a fines del XIX estaba basado en unas potentes infraestructuras demográficas, económicas, educativas y científicas. El Imperio alemán (II Reich) fue el estado europeo que mayores progresos realizó en las últimas décadas del siglo XIX, con un gran desarrollo en la II Revolución Industrial. Cuando se inicia el siglo XX, Alemania era ya la primera potencia económica de Europa, y la segunda mundial, tras Estados Unidos. Alemania tenía una estructura territorial federal y no conoció un verdadero sistema liberal. Desde 1896, Alemania declaró su voluntad de hacer una política mundial, que se apoyaría en el desarrollo de su marina y su gran flota de guerra. Ello le hizo conquistar colonias, objetivos económicos y, a la larga, enfrentarse a Gran Bretaña y precipitar la I Guerra Mundial. La caída de Bismarck por no entenderse con el nuevo Kaiser Guillermo II, propició el enfrentamiento con Gran Bretaña, encaminándose a la I Guerra Mundial.

D)  Italia desde la Unificación. La nueva Italia unificada en 1870 bajo la dinastía de los Saboya (desde el reino de Piamonte), estableció la capital en Roma, lo cual provocó un conflicto con el Papado, que no reconoció al estado italiano ni  su capitalidad. El país experimentó un importante crecimiento demográfico y una industrialización eficaz, como la construcción del ferrocarril, pero las diferencias sociales y económicas entre el Norte y el Sur dificultaron el proceso de consolidación industrial y modernización social. En las últimas décadas del XIX dominaron los gobiernos conservadores, quienes sostuvieron una política autoritaria y represiva con el movimiento obrero (muchos campesinos emigraron a América), pero desde 1900 los gobiernos liberales iniciaron una etapa de reformismo social impulsando la democratización de la política italiana.

E)  La Rusia de la autocracia zarista. La Rusia de los Zares de la dinastía Romanof seguía siendo, junto a Austria-Hungría, un Imperio autocrático. La inmensidad de su territorio y su potencial demográfico contrastaba con el atraso de su sociedad, a consecuencia de la tardía persistencia del régimen señorial y de la férrea dominación política de los señores feudales. Rusia acogía a muchas nacionalidades en su inmenso imperio (ucranianos, polacos, finlandeses…) a los que dominaron con campañas de rusificación. Su gran objetivo es tener salida al Mediterráneo a través del  Mar Negro, con lo que se enfrentó a los imperios turco y austrohúngaro, intentando atraerse a los pueblos eslavos. Con Alejandro II (1855-81) Rusia aceleró su industrialización, acompañada de una serie de reformas encaminadas a modernizar el estado (liberación de los siervos en 1861, industrialización de Moscú y San Petersburgo, con la intervención estatal), que quedaron frustradas por el atentado que sufrió el Zar, y la represión posterior. Alejandro III (1881-1894) reforzó la autocracia oponiéndose a cualquier recorte de su poder absoluto, y la misma política siguió su sucesor Nicolás II (1894-1917), destronado por la Revolución Rusa de 1917. La política exterior rusa tenía a finales del XIX dos orientaciones básicas: los Balcanes (guerra  ruso-turca) y el Extremo Oriente (Turkmenistán, guerra ruso-japonesa). Tras la desastrosa Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905), estalló la Revolución de 1905 y el zar tuvo que aceptar la formación de un Parlamento (Duma) y una Constitución, pero las reformas fueron insuficientes hasta el estallido de la Revolución Rusa.

F)  La monarquía dual Austro-húngara. El imperio de los Habsburgo contenía en su frontera un gran conglomerado de pueblos (checos, húngaros, italianos…) que amenazaban el poder imperial. La derrota de Austria frente a Prusia en 1866, dentro de la unificación de Alemania, permitió que Hungría viera reconocida su existencia como Estado en 1867, por el que se estableció la Monarquía dual de Austria-Hungría. Francisco José I, emperador austriaco (1848-1916) y rey de Hungría desde 1867, a pesar de su fuerte personalidad, aceptó la promulgación de una Constitución en Austria (1867) y en la década siguiente el régimen liberal favoreció el arranque del desarrollo industrial. Los movimientos nacionalistas y liberales condicionaron la política del gobierno austriaco, quién tuvo que adquirir un carácter represivo. En 1907, la introducción del sufragio universal puso de manifiesto la mayoría eslava en el Parlamento, que fue disuelto en 1914. En Hungría se intentó anular la diversidad de las nacionalidades, lo que favoreció la colaboración de serbios y croatas en Bosnia-Herzegovina (anexionada en 1908), y fortaleció el movimiento de los eslavos del sur o yugoslavos independentistas. El asesinato del príncipe heredero Francisco Fernando en Sarajevo (1914), por un grupo serbio dio origen a la 1ª Guerra Mundial.

G)  El imperio Turco-Otomano. En la 2ª ½ del XIX, el Imperio Otomano (Imperio no europeo, pero con territorios en Europa) era un régimen autocrático que se hallaba en franca decadencia. A lo largo del siglo XIX, los movimientos nacionalistas habían conseguido la independencia en Grecia en 1828 y, más adelante, en Serbia, Rumania y Montenegro (Guerra Ruso-Turca) en 1878 y Bulgaria autónoma. La rivalidad con las potencias occidentales,  deseosas de controlar los territorios desmembrados del Imperio, y el apoyo de las naciones balcánicas a la independencia de los territorios europeos de los turcos, provocaron un sentimiento de hundimiento nacional, que estimuló el surgimiento de movimientos reformistas de carácter nacionalista, como los Jóvenes Turcos (1889), cuyo fin era crear un régimen constitucional y parlamentario capaz de defender la dignidad turca. El Imperio Austro-húngaro se aprovechó de la situación de crisis de los otomanos para invadir y anexionarse Bosnia-Herzegovina a partir de 1878. El problema balcánico fue el origen de una serie de Guerras Balcánicas (1812-13), que originaron la Primera Guerra Mundial. 

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