sábado, 23 de febrero de 2019

LA VIDA EN LAS TRINCHERAS EN LA I GUERRA MUNDIAL

 


LA BATALLA DE VERDUN

“Viernes, 25 de febrero.  El  ejército  de  250.000  a  300.000  hombres  bajo  el  mando  del comandante Kronprinz se precipita sobre nuestras trincheras que defienden Verdún. Hasta ahora no aparecemos.  Hay  que  soportar  el  golpe  sin  decaer.  Nuestras  tropas  han  cedido  terreno  bajo  la avalancha de hierro de la gran artillería y bajo la impetuosidad del ataque. Los comunicados de Bern, muy tranquilos, dicen que las neas francesas han sido destruidas sobre un frente de 10 Km, sobre una profundidad de 3 Km.
Las  pérdidas  son inmensas en ambos  lados. Nosotros habíamos  perdido  3.000  prisioneros y una gran cantidad de material Nuestros comunicados, muy sobrios, indican que hemos debido ocupar las posiciones de repliegue, pero que nuestro frente no había sido hundido.
Miércoles, 29 de marzo. La batalla de Verdún, la más larga y la más espantosa de la historia universal,  continúa.  Los  alemanes,  con  una  tenacidad  inaudita,  con  una  violencia  sin  igual,  atacan nuestras líneas que machacan y roen (...). Nuestros heroicos poilus están bien a pesar del diluvio de acero, de líquidos inflamables y de gases asfixiantes (...)”
                  Doctor Morcel Posot, Mi diario de guerra, 1914-1918.

LA GUERRA DE TRINCHERAS EN LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

“Esos tres días encogidas en la tierra, sin beber ni comer: los quejidos de los heridos, luego el ataque entre los  boches (alemanes)  y nosotros. Después, al  fin,  paran las quejas,  no nos dan tregua alguna y las terribles horas que se pasan  con la máscara y las gafas en el rostro, ¡los ojos lloran y se escupe sangre!, después los oficiales que se van para siempre, noticias fúnebres que se transmiten de boca en boca en el agujero, y las órdenes boches dadas en voz alta a 50 metros de nosotros; todos en pie; luego el trabajo con el pico bajo las terribles balas y el terrible ta-ta-ta de las ametralladoras.
             Carta de un soldado francés en la batalla de verdún, marzo de 1916.

“11:00. Algunos camaradas están contando chistes mientras que otros no se mueven, con la vista melancólicamente fijada en la distancia, como si le estuviesen preguntando al destino que será de ellos17. 11:40. La mayoría de los soldados está fumando. Algunos conducen con vehemencia el humo hasta sus pulmones, otros parecen despreocupados y relajados, como si estuviesen en una excursión de vacaciones. 11:50. El comandante del batallón y yo nos encontramos ahora en la trinchera principal, en el interior de un refugio subterráneo. La única luz viene de una temblorosa vela18. Nadie dice una palabra. Solo se escucha el sonido de los hombres respirando. 12:00. En el exterior el mundo está siendo hecho pedazos. Veinte minutos antes del asalto nuestro fuego de artillería ha alcanzado su pico de intensidad. Todos los cañones, morteros y ametralladoras disponibles han comenzado a disparar. La tierra se agita y resuena. La vela ha caído al suelo pero nadie la vuelve a prender. Un camarada enciende su linterna, que ilumina rostros lúgubres y miradas en blanco; todos estamos atrapados por la fuerza bruta de la violencia que nos rodea. 12:10. Tengo que resistir el impulso de tapar mis oídos. La artillería francesa nos está enviando proyectiles de calibre pesado. Explosiones frenéticas, como si todo ultimo andrajo restante de cultura, honor y humanidad fuera a ser barrido en estos últimos minutos. 12:15. Todos los pensamientos están enfocados en las manillas del reloj, que se arrastran lenta e implacablemente hacia delante, ignorando nuestros miedos y riéndose de nuestras esperanzas de escapar al horror y al sufrimiento que nos espera19. La tensión aumenta. Los soldados se ponen de pie. Comprueban los fusiles y el equipo y todo el mundo espera la señal. Salimos a la trinchera y allí, en la superficie, miles de copas de árboles cuelgan como si intentaran escudarnos del horror del mundo exterior. 12:20. Suena un silbato. La trinchera se transforma en un ser vivo. Allá va la primera oleada, corriendo, saltando, tropezando. Las balas pasan silbando. Un soldado que está cerca de mí rebota de vuelta a la trinchera. Nuestro turno llegará pronto...”
                    Impresiones del teniente de infantería alemán Otto Ahrends en 1915.




“Llegamos al túnel [...] Prefiero la lucha al aire libre, el abrazo de la muerte en terreno descubierto. Fuera se tiene el peligro de una bala, pero aquí el de la locura [...] Las caras de todos están tibias y el aire es tibio y nauseabundo. Acostados en la arena cenagosa, sobre el carril, mirando a la bóveda o faz contra la tierra, hechos un ovillo, estos hombres embrutecidos esperan, duermen, roncan, sueñan y ni siquiera se mueven cuando un camarada les pisa un pie. En algunos sitios corre un chorro. ¿Es agua u orina? Se nos agarra la garganta u nos revuelve el estómago un olor fuerte, animal, en el que surgen relentes de pólvora, de éter, de azufre y de cloro, un olor de deyecciones y de cadáveres, de sudor y de suciedad humana. Es imposible tomar aliento. Solamente el agua de café de la cantimplora tibia u espumosa calma un poco la fiebre que nos anima. Los demás puestos de socorro no gozan ni siquiera de unos instantes de seguridad... Me llega un cabo muy joven, solo, con las dos manos arrancadas de raíz por los puños, que mira sus dos muñones rojos y horribles con los ojos desorbitados”
Impresiones de un soldado francés de la enfermería de un túnel durante la batalla de Verdún.

"Dentro de este fangal, los combatientes tienen un aspecto más extraño. La suciedad ha revestido a los soldados de un uniforme en el cual la invisibilidad desafía todo reconocimiento. Van vestidos de tierra, maquillados de tierra. Los pantalones, la capa, la cara, las armas están llenas de fango. (...) Sólo la culata de los fusiles está cubierta con un trapo para protegerla. No podemos distinguir si los cadáveres que encontramos por el camino son franceses o alemanes."
                                                                                 Artículo periodístico, abril de 1915.

“Los taludes (de las trincheras) se cubren de hombres que avanzan al mismo tiempo que nosotros. Atravesamos las alambradas por los agujeros. Algunas balas empiezan a llegar hacia nosotros (...). Bruscamente, ante nosotros, a todo lo largo de la pendiente, se alzan sombras flameantes. De izquierda a derecha, los obuses caen del cielo, los explosivos salen de la tierra. Es una espantosa cortina. Nos paramos estupefactos (...) después un esfuerzo simultáneo levanta nuestro grupo y lo lanza velozmente hacia delante”.
                                                  M.Poisot: “Mi diario de Guerra”. Los cambios de 1917.

“Están agotados, no pueden más. No hay café, no protestan. Saben que todo es miseria en este mundo de miseria. Llenan sus fiambreras y comen silenciosamente el guiso frío de buey cocido y patatas avinagradas, buscando preservarse del agua y de la tierra; pero tienen las manos heladas y el pan que comen cruje bajo sus dientes”.
                                                                        Diario de un combatiente. 1917.


" Si nunca te han descrito cómo es el pie de trinchera, lo haré yo. El pie se te hincha dos o tres veces su tamaño normal y se vuelve completamente inerte. Puedes clavarle una bayoneta y no sentirás nada. Si eres lo suficientemente afortunado como para no perder el pie y que la inflamación vaya remitiendo, es cuando comienza la más indescriptible de las agonías. He escuchado como los hombres lloraban y gritaban de dolor, y muchos han tenido que ver cómo les amputaban sus pies y sus piernas. Yo fui uno de los afortunados, pero un dia más en las trincheras y puede que hubiese sido demasiado tarde".
Sargento Harry Roberts. Fusileros de Lancashire.

"Durante la noche mientras dormíamos, a menudo nos despertábamos debido a las ratas que corrían por encima de nosotros. Cuando esto ocurría, con demasiada frecuencia para mi gusto, solía tumbarme boca arriba y esperaba hasta que una rata se entretenía en mi pierna. Entonces, la levantaba violentamente y lanzaba la rata por los aires. A veces, oía un quejido cuando el roedor aterrizaba sobre algún otro compañero".
Soldado R.L. Venables. 164 División de Artillería. 




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