LA BATALLA DE
VERDUN
“Viernes,
25 de febrero. El ejército de 250.000
a
300.000
hombres bajo
el mando
del comandante Kronprinz se precipita sobre nuestras trincheras que defienden Verdún. Hasta
ahora no aparecemos. Hay que soportar el golpe sin decaer. Nuestras tropas
han
cedido terreno bajo la avalancha de hierro de la gran artillería y bajo la impetuosidad del ataque. Los comunicados
de Berlín, muy
tranquilos, dicen que las líneas francesas han sido destruidas sobre un frente de 10 Km, sobre una profundidad de 3 Km.
Las pérdidas
son inmensas en ambos
lados. Nosotros habíamos
perdido
3.000 prisioneros y
una gran cantidad de material Nuestros comunicados, muy sobrios, indican que hemos debido ocupar
las posiciones de repliegue, pero
que nuestro frente no había sido hundido.
Miércoles, 29 de marzo. La batalla de Verdún, la más larga y la más espantosa de la historia
universal, continúa.
Los
alemanes,
con
una tenacidad inaudita, con una
violencia
sin
igual, atacan nuestras líneas que machacan y roen (...). Nuestros heroicos poilus están bien a pesar del diluvio de
acero, de líquidos inflamables
y de gases asfixiantes (...)”
Doctor Morcel Posot, Mi diario
de guerra, 1914-1918.
LA GUERRA DE TRINCHERAS
EN LA
PRIMERA GUERRA MUNDIAL
“Esos tres días encogidas en la tierra, sin beber ni comer: los quejidos de los heridos, luego el ataque entre los boches (alemanes)
y nosotros. Después, al
fin,
paran las quejas,
no nos dan tregua
alguna y las terribles horas que se pasan
con la máscara y las gafas en el rostro, ¡los ojos lloran y se
escupe sangre!, después los oficiales que se van para siempre, noticias fúnebres que se transmiten de boca
en boca en el agujero, y las órdenes boches dadas en voz alta a 50 metros de nosotros; todos en pie; luego el trabajo con el pico bajo las terribles balas y el terrible ta-ta-ta de las ametralladoras.”
Carta de un soldado francés
en la batalla de verdún,
marzo de 1916.
“11:00.
Algunos camaradas están contando chistes mientras que otros no se mueven, con
la vista melancólicamente fijada en la distancia, como si le estuviesen
preguntando al destino que será de ellos17. 11:40. La mayoría de los soldados
está fumando. Algunos conducen con vehemencia el humo hasta sus pulmones, otros
parecen despreocupados y relajados, como si estuviesen en una excursión de
vacaciones. 11:50. El comandante del batallón y yo nos encontramos ahora en la
trinchera principal, en el interior de un refugio subterráneo. La única luz
viene de una temblorosa vela18. Nadie dice una palabra. Solo se escucha el
sonido de los hombres respirando. 12:00. En el exterior el mundo está siendo
hecho pedazos. Veinte minutos antes del asalto nuestro fuego de artillería ha
alcanzado su pico de intensidad. Todos los cañones, morteros y ametralladoras
disponibles han comenzado a disparar. La tierra se agita y resuena. La vela ha
caído al suelo pero nadie la vuelve a prender. Un camarada enciende su
linterna, que ilumina rostros lúgubres y miradas en blanco; todos estamos
atrapados por la fuerza bruta de la violencia que nos rodea. 12:10. Tengo que
resistir el impulso de tapar mis oídos. La artillería francesa nos está
enviando proyectiles de calibre pesado. Explosiones frenéticas, como si todo
ultimo andrajo restante de cultura, honor y humanidad fuera a ser barrido en
estos últimos minutos. 12:15. Todos los pensamientos están enfocados en las
manillas del reloj, que se arrastran lenta e implacablemente hacia delante,
ignorando nuestros miedos y riéndose de nuestras esperanzas de escapar al
horror y al sufrimiento que nos espera19. La tensión aumenta. Los soldados se
ponen de pie. Comprueban los fusiles y el equipo y todo el mundo espera la
señal. Salimos a la trinchera y allí, en la superficie, miles de copas de árboles
cuelgan como si intentaran escudarnos del horror del mundo exterior. 12:20.
Suena un silbato. La trinchera se transforma en un ser vivo. Allá va la primera
oleada, corriendo, saltando, tropezando. Las balas pasan silbando. Un soldado
que está cerca de mí rebota de vuelta a la trinchera. Nuestro turno llegará
pronto...”
Impresiones del teniente de infantería alemán
Otto Ahrends en 1915.
“Llegamos
al túnel [...] Prefiero la lucha al aire libre, el abrazo de la muerte en
terreno descubierto. Fuera se tiene el peligro de una bala, pero aquí el de la
locura [...] Las caras de todos están tibias y el aire es tibio y nauseabundo.
Acostados en la arena cenagosa, sobre el carril, mirando a la bóveda o faz
contra la tierra, hechos un ovillo, estos hombres embrutecidos esperan,
duermen, roncan, sueñan y ni siquiera se mueven cuando un camarada les pisa un
pie. En algunos sitios corre un chorro. ¿Es agua u orina? Se nos agarra la
garganta u nos revuelve el estómago un olor fuerte, animal, en el que surgen
relentes de pólvora, de éter, de azufre y de cloro, un olor de deyecciones y de
cadáveres, de sudor y de suciedad humana. Es imposible tomar aliento. Solamente
el agua de café de la cantimplora tibia u espumosa calma un poco la fiebre que
nos anima. Los demás puestos de socorro no gozan ni siquiera de unos instantes
de seguridad... Me llega un cabo muy joven, solo, con las dos manos arrancadas
de raíz por los puños, que mira sus dos muñones rojos y horribles con los ojos
desorbitados”
Impresiones
de un soldado francés de la enfermería de un túnel durante la batalla de Verdún.
"Dentro de este fangal, los combatientes
tienen un aspecto más extraño. La suciedad ha revestido a los soldados de un
uniforme en el cual la invisibilidad desafía todo reconocimiento. Van vestidos
de tierra, maquillados de tierra. Los pantalones, la capa, la cara, las armas
están llenas de fango. (...) Sólo la culata de los fusiles está cubierta con un
trapo para protegerla. No podemos distinguir si los cadáveres que encontramos
por el camino son franceses o alemanes."
Artículo periodístico, abril de 1915.
“Los
taludes (de las trincheras) se cubren de hombres que avanzan al mismo tiempo
que nosotros. Atravesamos las alambradas por los agujeros. Algunas balas
empiezan a llegar hacia nosotros (...). Bruscamente, ante nosotros, a todo lo
largo de la pendiente, se alzan sombras flameantes. De izquierda a derecha, los
obuses caen del cielo, los explosivos salen de la tierra. Es una espantosa
cortina. Nos paramos estupefactos (...) después un esfuerzo simultáneo levanta
nuestro grupo y lo lanza velozmente hacia delante”.
M.Poisot: “Mi diario de Guerra”. Los cambios
de 1917.
“Están
agotados, no pueden más. No hay café, no protestan. Saben que todo es miseria
en este mundo de miseria. Llenan sus fiambreras y comen silenciosamente el
guiso frío de buey cocido y patatas avinagradas, buscando preservarse del agua
y de la tierra; pero tienen las manos heladas y el pan que comen cruje bajo sus
dientes”.
Diario de un combatiente. 1917.
" Si nunca te han descrito cómo es el pie de trinchera, lo haré yo. El pie se te hincha dos o tres veces su tamaño normal y se vuelve completamente inerte. Puedes clavarle una bayoneta y no sentirás nada. Si eres lo suficientemente afortunado como para no perder el pie y que la inflamación vaya remitiendo, es cuando comienza la más indescriptible de las agonías. He escuchado como los hombres lloraban y gritaban de dolor, y muchos han tenido que ver cómo les amputaban sus pies y sus piernas. Yo fui uno de los afortunados, pero un dia más en las trincheras y puede que hubiese sido demasiado tarde".
Sargento Harry Roberts. Fusileros de Lancashire.
"Durante la noche mientras dormíamos, a menudo nos despertábamos debido a las ratas que corrían por encima de nosotros. Cuando esto ocurría, con demasiada frecuencia para mi gusto, solía tumbarme boca arriba y esperaba hasta que una rata se entretenía en mi pierna. Entonces, la levantaba violentamente y lanzaba la rata por los aires. A veces, oía un quejido cuando el roedor aterrizaba sobre algún otro compañero".
Soldado R.L. Venables. 164 División de Artillería.
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