En primer lugar, dejamos una viñeta humorística comparando la Crisis de 1929 con la crisis actual, iniciada en 2007.
A continuación, unos buenos esquemas sobre la Crisis y sus consecuencias, tomadas del blog de Tomás Pérez
Por último, un texto donde el famoso humorista Groucho Marx (de los hermanos Marx), describe, con su particular sentido humorístico, el desarrollo del Crack de la Bolsa de Nueva York, siendo él uno de los afectados también.
"Muy
pronto un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi
atención y la del país. Era un asuntillo llamado mercado de
valores. Lo conocí por primera vez hacia 1926. Constituyó una
sorpresa muy agradable descubrir que era un negociante muy astuto. O
por lo menos eso parecía, porque todo lo que compraba aumentaba de
valor. No tenía asesor financiero ¿Quién lo necesitaba? Podías
cerrar los ojos, apoyar el dedo en cualquier punto del enorme tablero
mural y la acción que acababas de comprar empezaba inmediatamente a
subir. Nunca obtuve beneficios. Parecía absurdo vender una acción a
treinta cuando se sabía que dentro del año doblaría o triplicaría
su valor(...)
Lo
más sorprendente del mercado, en 1929, era que nadie vendía una
sola acción. La gente compraba sin cesar. Un día, con cierta
timidez, hablé con mi agente de bolsa: “No sé gran cosa
sobre Wall Street, pero qué es lo que hace que esas acciones sigan
subiendo. ¿No debería haber una relación entre las ganancias de
las empresas, sus dividendos y el precio de venta de las acciones?”
Me contestó: “Sr. Marx, tiene mucho que aprender acerca del
mercado de valores. Lo que usted no sabe serviría para llenar un
libro. Éste ha cesado de ser un mercado nacional. Ahora somos un
mercado mundial. Recibimos órdenes de compra de todos los países de
Europa, de América del Sur e incluso de Oriente” (…)
De
vez en cuando, algún profeta financiero publicaba un artículo
sombrío advirtiendo al público que los precios no guardaban ninguna
proporción con los verdaderos valores y recordando que todo lo que
sube debe bajar. Pero apenas si nadie prestaba atención a estos
conservadores tontos y a sus palabras idiotas de cautela. Incluso
recuerdo una frase de Barney Baruch, mago financiero americano,
"cuando el mercado de valores se convierte en noticia de primera
página, ha sonado la hora de retirarse".
Un
día concreto, el mercado comenzó a vacilar. Unos cuantos de los
clientes más nerviosos fueron presos del pánico y empezaron a
descargarse. Eso ocurrió hace casi treinta años y no recuerdo las
diversas fases de la catástrofe que caía sobre nosotros, pero, así
como al principio del auge todo el mundo quería comprar, al empezar
el pánico todo el mundo quiso vender. Al principio las ventas se
hacían ordenadamente, pero pronto el pánico echó a un lado el buen
juicio y todos empezaron a lanzar al ruedo sus valores que por
entonces solo tenían el nombre de tales. Luego el pánico alcanzó a
los agentes de Bolsa, quienes empezaron a chillar reclamando
garantías adicionales. Esta era una broma pesada, porque la mayor
parte de los accionistas se habían quedado sin dinero, y los agentes
empezaron a vender acciones a cualquier precio. Yo fui uno de los
afectados. Desdichadamente, todavía me quedaba dinero en el Banco.
Para evitar que vendieran mi papel empecé a firmar cheques
febrilmente para cubrir las garantías que desaparecían rápidamente.
Luego, un martes espectacular, Wall Street lanzó la toalla y
sencillamente se derrumbó.
Eso
de la toalla es una frase adecuada, porque por entonces todo el país
estaba llorando. Algunos de mis conocidos perdieron millones. Yo tuve
más suerte. Lo único que perdí fueron doscientos cuarenta mil
dólares (o ciento veinte semanas de trabajo, a dos mil por semana).
Hubiese perdido más, pero era todo el dinero que tenía. El día del
hundimiento final, mi amigo, antaño asesor financiero y astuto
comerciante, Max Gordon, me telefoneó desde Nueva York. [...] Todo
lo que dijo fue: "¡la broma ha terminado!" Antes de que yo
pudiese contestar el teléfono se había quedado mudo...se suicidó".
Marx G.: “Groucho y yo”, Barcelona, Tusquets Editores, 1980.
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